JUAN DIAZ DE GARAYO(el sacamantecas)
Jack actúo en el lugar y en el tiempo oportuno para convertirse en leyenda. Sí Juan Díaz de Garayo hubiera actuado en Londres, en lugar de hacerlo en la Alava de finales del XIX, se hubiera convertido en otro mito.
Juan Díaz Garayo fue el “Sacamantecas”, la persona que dio origen a la leyenda. Desde entonces los sueños de miles de niños se han visto perturbados por una figura imaginaria y sin rostro. Es hora de saber su historia.
Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña (1821-1880), más conocido como "el Sacamantecas: fue un célebre asesino en serie que aterrorizó la llanada alavesa durante el siglo XIX. En su haber se contabilizaron 6 asesinatos de mujeres y otros 4 intentos frustrados. Su fama fue tal que se convirtió en un personaje del folclore popular, que es invocado cuando se quiere asustar a los niños. Era natural de Eguílaz.
Juan Díaz de Garayo fue un hombre fuerte, de buen talle y ancho de hombros. Tenía accesos de repentino furor, que le hacían buscar a sus víctimas. Violaba a sus víctimas brutalmente y las desgarraba el vientre con un cuchillo. Pensaba que era cosa de los demonios que se apoderaban de su mente.
A medida que va cometiendo los asesinatos, la saña y la furia es mayor. Entre el primer y segundo asesinato pasa un año. Entre éste y el siguiente, año y medio. Este tiempo transcurrido, en comparación con los siguientes crímenes , hacen sospechar que hubo algunos que nunca se conocieron.
En Agosto de 1872, los crímenes tercero y cuarto se producen de forma casi seguida, en parecidas circunstancias a los anteriores. La tercera víctima no es ya una prostituta, sino una chiquilla de trece años. La cuarta vuelve a ser otra prostituta, pero joven. Mata y viola como a las demás, pero prueba de su crecinete sadismo y de su pérdida de control le causa multiples heridas con una aguja que ella llevaba en el pelo para sostener el peinado. Las mujeres de la comarca empezaban a hablar de un monstruo que sacaba las mantecas de sus víctimas.
Durante la investigación policial se establecieron varios intentos de asesinato que no se consumaron. Pasan, así, cuatro años. Durante estos años enviudó por tercera vez y s evuelve a casar. No consta que las asesinará, aunque vaya usted a saber.
En septiembre de 1878, tras dos ataques a dos ancianas, se produce el quinto crimen. Se trata de una campesina joven, alta, fuerte, que se defiende con desesperación. Juan Díaz de Garayo acaba por atravesarle el pecho de una puñalada; luego, una vez muerta, celebra su sádico ritual de sexo y sangre. El cadáver queda cosido a puñaladas y con el vientre abierto. Le quitó la aguja de coser que llevaba como pasador de pelo y se la clavó cincuenta veces en el pecho. Y siempre, después de cada crimen, iba a esconderse en el dolmen. El periódico "El pensamiento alavés" abría su portada así: "Se busca a un sacamantecas".
Dos días más tarde, vuelve a matar a otra campesina a la que estrangula, fuerza y mutila después de muerta, desgarrándole el vientre –que es como la marca de sus asesinatos–.
Las crónicas de la época lo calificaban de "monstruo rarísimo en quien la rara anomalía de la crueldad lasciva se asocia con la no menos rara del amor a los cadáveres". Continúa:"macho brutal, marcado con profundos estigmas atávicos y atípicos. La frente hacía recordar, tal como la describen los que la vieron, el cráneo de Neandertal. Las mandíbulas eran enormes. El rostro presentaba grandes asimetrías".
Hombre muy primitivo, tenía la apariencia de un enorme mono. Vivía como un labrador sobrio, austero, que se dedicaba a su trabajo.Hasta donde se sabe, su vida criminal coincide con su edad madura, los 50 años. Fue cuando se volcó su herencia genética: había nacido de una madre gravemente neurótica y alcohólica y de un padre igualmente alcohólico. Se cuentan seis crímenes, pero se teme que fueran muchos más.
Mientras cometió sus asesinatos, las mujeres tuvieron mucho miedo. Se encerraban en cien leguas a la redonda del campo alavés en que cometía sus fechorías, y aunque no se tiene constancia de que fuera un errabundo viajero que cometiera crímenes en otras regiones, el relato de sus atrocidades por medio del boca a boca sembró el miedo en todo el país. La policía buscaba a alguien que creían muy inteligente, feroz y que no dejaba huellas.
Cuenta Constancio Bernaldo de Quirós, en su libro Figuras delincuentes, que al entrar a servir Díaz de Garayo temporalmente a un labrador, una niña pequeña le señaló sin haberlo visto nunca y le dijo: "¡Qué cara! Parece el Sacamantecas!". Eso hizo que la vecindad le acosara y que la autoridad acabara por detenerle e interrogarle. Con gran sorpresa, los policías descubrieron que, al poco de someterle a las preguntas de rigor, se derrumbaba y confesaba sus feroces asesinatos.
Juan Díaz de Garayo fue apresado y encerrado en la prisión de Vitoria. La Guardia Civil contaba que Juan había confesado no saber lo que había hecho, casi no podía articular palabra. En el informe forense se destacaba: "Su cráneo, su frente parece la de un neandertal. Mandíbulas prominentes. Es un macho brutal, un monstruo. Su rostro está lleno de asimetrías. Un enigma de la moderna antropología. Y en los crímenes algo extraño le ha obligado actuar. Él dice que ha sido el demonio". (Informe forense de Bernardo de Quirós).
El juicio se celebró muy poco después de la detención. Los médicos forenses, diez en total, estuvieron de acuerdo en que no se trataba de un loco, sino de un hombre capaz de decidir y de actuar con libre albedrío. El proceso se abrevió en lo posible.
Un mes después, el más famoso verdugo de la época, Gregorio Mayoral, llegado de Burgos; lo sentaba en el garrote vil. Y el verdugo no pudo evitar el miedo. Aquel hombre era diferente. Algunos juran, que aquella noche en la prisión, se oyó un extraño grito.
Juan Díaz Garayo fue el “Sacamantecas”, la persona que dio origen a la leyenda. Desde entonces los sueños de miles de niños se han visto perturbados por una figura imaginaria y sin rostro. Es hora de saber su historia.
Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña (1821-1880), más conocido como "el Sacamantecas: fue un célebre asesino en serie que aterrorizó la llanada alavesa durante el siglo XIX. En su haber se contabilizaron 6 asesinatos de mujeres y otros 4 intentos frustrados. Su fama fue tal que se convirtió en un personaje del folclore popular, que es invocado cuando se quiere asustar a los niños. Era natural de Eguílaz.
Juan Díaz de Garayo fue un hombre fuerte, de buen talle y ancho de hombros. Tenía accesos de repentino furor, que le hacían buscar a sus víctimas. Violaba a sus víctimas brutalmente y las desgarraba el vientre con un cuchillo. Pensaba que era cosa de los demonios que se apoderaban de su mente.
A medida que va cometiendo los asesinatos, la saña y la furia es mayor. Entre el primer y segundo asesinato pasa un año. Entre éste y el siguiente, año y medio. Este tiempo transcurrido, en comparación con los siguientes crímenes , hacen sospechar que hubo algunos que nunca se conocieron.
En Agosto de 1872, los crímenes tercero y cuarto se producen de forma casi seguida, en parecidas circunstancias a los anteriores. La tercera víctima no es ya una prostituta, sino una chiquilla de trece años. La cuarta vuelve a ser otra prostituta, pero joven. Mata y viola como a las demás, pero prueba de su crecinete sadismo y de su pérdida de control le causa multiples heridas con una aguja que ella llevaba en el pelo para sostener el peinado. Las mujeres de la comarca empezaban a hablar de un monstruo que sacaba las mantecas de sus víctimas.
Durante la investigación policial se establecieron varios intentos de asesinato que no se consumaron. Pasan, así, cuatro años. Durante estos años enviudó por tercera vez y s evuelve a casar. No consta que las asesinará, aunque vaya usted a saber.
En septiembre de 1878, tras dos ataques a dos ancianas, se produce el quinto crimen. Se trata de una campesina joven, alta, fuerte, que se defiende con desesperación. Juan Díaz de Garayo acaba por atravesarle el pecho de una puñalada; luego, una vez muerta, celebra su sádico ritual de sexo y sangre. El cadáver queda cosido a puñaladas y con el vientre abierto. Le quitó la aguja de coser que llevaba como pasador de pelo y se la clavó cincuenta veces en el pecho. Y siempre, después de cada crimen, iba a esconderse en el dolmen. El periódico "El pensamiento alavés" abría su portada así: "Se busca a un sacamantecas".
Dos días más tarde, vuelve a matar a otra campesina a la que estrangula, fuerza y mutila después de muerta, desgarrándole el vientre –que es como la marca de sus asesinatos–.
Las crónicas de la época lo calificaban de "monstruo rarísimo en quien la rara anomalía de la crueldad lasciva se asocia con la no menos rara del amor a los cadáveres". Continúa:"macho brutal, marcado con profundos estigmas atávicos y atípicos. La frente hacía recordar, tal como la describen los que la vieron, el cráneo de Neandertal. Las mandíbulas eran enormes. El rostro presentaba grandes asimetrías".
Hombre muy primitivo, tenía la apariencia de un enorme mono. Vivía como un labrador sobrio, austero, que se dedicaba a su trabajo.Hasta donde se sabe, su vida criminal coincide con su edad madura, los 50 años. Fue cuando se volcó su herencia genética: había nacido de una madre gravemente neurótica y alcohólica y de un padre igualmente alcohólico. Se cuentan seis crímenes, pero se teme que fueran muchos más.
Mientras cometió sus asesinatos, las mujeres tuvieron mucho miedo. Se encerraban en cien leguas a la redonda del campo alavés en que cometía sus fechorías, y aunque no se tiene constancia de que fuera un errabundo viajero que cometiera crímenes en otras regiones, el relato de sus atrocidades por medio del boca a boca sembró el miedo en todo el país. La policía buscaba a alguien que creían muy inteligente, feroz y que no dejaba huellas.
Cuenta Constancio Bernaldo de Quirós, en su libro Figuras delincuentes, que al entrar a servir Díaz de Garayo temporalmente a un labrador, una niña pequeña le señaló sin haberlo visto nunca y le dijo: "¡Qué cara! Parece el Sacamantecas!". Eso hizo que la vecindad le acosara y que la autoridad acabara por detenerle e interrogarle. Con gran sorpresa, los policías descubrieron que, al poco de someterle a las preguntas de rigor, se derrumbaba y confesaba sus feroces asesinatos.
Juan Díaz de Garayo fue apresado y encerrado en la prisión de Vitoria. La Guardia Civil contaba que Juan había confesado no saber lo que había hecho, casi no podía articular palabra. En el informe forense se destacaba: "Su cráneo, su frente parece la de un neandertal. Mandíbulas prominentes. Es un macho brutal, un monstruo. Su rostro está lleno de asimetrías. Un enigma de la moderna antropología. Y en los crímenes algo extraño le ha obligado actuar. Él dice que ha sido el demonio". (Informe forense de Bernardo de Quirós).
El juicio se celebró muy poco después de la detención. Los médicos forenses, diez en total, estuvieron de acuerdo en que no se trataba de un loco, sino de un hombre capaz de decidir y de actuar con libre albedrío. El proceso se abrevió en lo posible.
Un mes después, el más famoso verdugo de la época, Gregorio Mayoral, llegado de Burgos; lo sentaba en el garrote vil. Y el verdugo no pudo evitar el miedo. Aquel hombre era diferente. Algunos juran, que aquella noche en la prisión, se oyó un extraño grito.
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